Cuando transitamos momentos de la vida donde cosas que nos importan comienzan a moverse (enfermedades de gente amada, obstáculos en el camino de la visión, actitudes inesperadas de personas queridas) pareciera que toda la tierra sobre la que pisamos se convierte en arena movediza.
Vamos construyendo nuestra vida sobre la creación de ciertas seguridades afectivas y materiales y cuando se produce mucho movimiento a nuestro alrededor, todo parece comenzar a temblar.
Me di cuenta que si podemos volver a nosotros, a nuestro eje, a nuestro sentido de vida, a conectar con nuestro verdadero propósito, podemos darnos cuenta de que hay mucho que aprender, reconocer, modificar, valorar, y descartar.
Cuando todo ésto pasa es hermoso darse cuenta de que siempre podemos decidir cómo pararnos frente a lo que nos pasa. Tomarnos de la mano de nuestros genuinos amores, los que están siempre, y abrir el alma a los que con sinceridad acercan su palabra y cariño en momentos de tormenta, nos brinda el espaldarazo necesario para aferrarnos a la alegría de la vida con todas las fuerzas.
Sentir dolor, atravesarlo, dejarlo fluir, que aparezca, que se muestre y que nos enseñe algo nos permitirá seguir mirando la vida con ganas, pasión y sabiendo que a veces se gana, y otras… ¡otras SE APRENDE!